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Mostrando entradas de octubre, 2012

Adiós del todo

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(foto C. Aftel) ...hay que saber acabar con este equívoco. Nuestros caminos son distintos y es necio que yo esté queriendo enderezar el suyo o torcer el mío. Adiós del todo. (JRJ. Epistolario)

De dos hermanas

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(foto tomada por mí en San Sebastián) De dos hermanas, la otra tiene siempre no sé qué dulce encanto. Juan Ramón Jiménez

No es una belleza concreta

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(foto tomada por al autor) Mujer: ¿a quién culpas hoy de tu llanto tan frecuente? ¿No tienes quién te enseñe a vivir en soledad?

Mis abuelos por parte de madre

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(mi abuelo en 1955) Mi abuelo Enrique era elegante, siempre con chaleco y leontina, sombrero y bastón con puño de plata. Tenía los ojos azules, la tez muy blanca y el pelo rubio claro. Bien parecido, gustaba de tertulias y espectáculos. Dicen que era muy aficionado a las señoras. Una vez me llevó al Aliatar Cinema a ver una película clasificada 3‑R (mayores con reparos) . Fue nuestro secreto. En la taquilla le dijo muy serio a la encargada que su nieto pagaría las entradas. Yo le miraba confuso y él, con la contera de su bastón, tocó mi hombro y me llamó “mal pagaor”. Murió cuando yo tendría doce o trece años. Alguien me habló entonces de parientes ilegítimos. Cosas de pueblo, supongo. Mi abuela Emilia fue toda una belleza de joven. De mayor, diabética insulinodependiente. Presumida, siempre.  Recuerdo al practicante hirviendo la jeringuilla, que tenía el émbolo azul oscuro, mirando al trasluz cómo la gota del fármaco asomaba por la punta de la larga aguja que hab

Domingos de infancia

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(el autor en la Casa de Campo) En los años sesenta pasé muchas tardes de domingo en la Casa de Campo, el pulmón de Madrid. Me oreaba y desentristecía bajo la luz de la capa de cielo velazqueño, frente a la silueta de la sierra madrileña. La Casa de Campo continuaba cerrada al público porque se decía que quedaban sin explosionar bombas de mano y obuses y granadas y otros cohetes de la guerra incivil. Pero los gerifaltes del régimen franquista y sus familias y amigos ¡vaya que si disfrutaban de aquel maravilloso parque de monte y pinadas y encinares! Era emocionante, aunque nunca encontramos espoletas ni detonantes. Las trincheras de un frente de guerra son perfectas para jugar a la paz. Y a juegos de amor. Mis hermanos y yo usufructuábamos la preciosa finca pública, porque éramos amigos de los hijos de un ministro de Franco, compañeros de mis hermanos en el colegio de El Pilar. Venía a buscarnos un inmenso automóvil, un Packard negro del Parque Móvil Mini

A ella

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(foto Polaroid de Chloé Aftel) A ella que, cuando estrechaba mi mano, hacía como que se la llevaba al corazón.

Me gustan todas

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, (foto de Jock Sturges) No me atrevería yo a defender mis licenciosas costumbres ni a luchar con las armas en defensa de mis vicios. Lo admito, si de algo sirve reconocer las faltas: ahora bien, tras reconocerlas, vuelvo insensato a mis pecados. Odio, pero no soy capaz, en mis deseos, de no ser lo que odio ser: ¡ay, qué duro es soportar lo que deseas quitarte de encima! No tengo, en efecto, fuerzas ni normas para regirme a mí mismo: soy arrastrado por rauda corriente, cual popa de navío a la deriva. No es una belleza concreta la que excite mi amor: existen cien razones para que esté yo siempre enamorado. Si una mujer bajó sus ojos ruborosos hacia la tierra, me abraso y ese pudor es para mí una como una emboscada; si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa y me da esperanzas de moverse bien en mullido lecho. Si parece huraña y émula de las sabinas puritanas, pienso que quiere, pero que en el fondo está disimulando; si

¡Mira que te lo tengo dicho!

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(ambas ilustraciones Alexandra Valenti Photography) Mira que te lo tengo dicho cientos y cientos de veces-¡no fumes que es malísimo para la salud! Y tú,-¡que si quieres arroz Catalina!-, ni caso. Como quien oye llover, pongamos por caso. No entiendo qué mosca te ha picado. Echas los pies por alto y te pones conmigo como un basilisco por cualquier cosa de nada.

Del amor

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(fotos de Masao Yamamoto) Cuando nuestras miradas se encontraron, las fuer­zas nos abandonaron, nos abrazamos y ella apretó su rostro contra mi pecho, y se echó a llorar; mientras besaba su cara, sus hombros y sus manos mojadas de lágrimas, -¡oh, qué infelices éramos los dos! –yo le declaré mi amor y, con un dolor punzante en el corazón, entendí qué vano, mezquino y engañoso era todo lo que nos había impedido amarnos. Comprendí que cuando uno ama, al razonar sobre ese amor, hay que partir de algo superior, más importante que la felicidad o la infelicidad, el pecado o la virtud entendida en su sentido corriente, o bien no juzgar en absoluto lo que sentimos. La besé por última vez, estreché la mano, y nos separamos para siempre… Título original:   O liubvi (Del amor), publicado por primera vez en la revista   Russkaya misl, 1898, Nº VIII, con la firma de "Antón Chejov".

Despacito y buena letra

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(manos de García Márquez; foto Kim Manresa) Las prisas y las redes sociales Los usuarios de las redes tendemos a la lectura apresurada, literal y reduccionista de los pequeños fragmentos de textos que en ellas escribimos y comentamos. Me refiero fundamentalmente a Twitter y Facebook. Los blogs, esos cuadernos de bitácora digitales, admiten lecturas y escrituras algo más pausadas y, por tanto, más reflexivas. Supongo que lo escueto de los escritos y la inmediatez con que se comentan y replican conducen ineluctablemente a la levedad de la prosa de las redes. Siempre andamos de prisa y corriendo. La prisa es enemiga de la escritura, prosa o verso. También lo es del ingenio y de la ironía fina. Un pedacito de texto agudo y zumbón está destinado a ser recibido con onomatopeyas, abreviaturas y signos ortográficos indescifrables para mí, en la mayoría de los casos. Y conste que soy enemigo acérrimo del academicismo y gravedad de los fuegos de artificio liter