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Mostrando entradas de 2023

¿Por qué escribe usted?

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  ­Me lo pregunta una señora en el Círculo de Bellas Artes: — ¿Por qué escribe usted? Me viene a la cabeza la cabeza la respuesta que dieron a tal cuestión gente muy principal en este oficio, egocéntrico donde los haya. Bryce, García Márquez y Onetti contestaron que escribían para que les quisieran, para ser queridos. Para que les queramos nosotros sus lectores. Pero no caigo en esa tentación, yo que normalmente caigo en casi todas. La dama que interroga tiene ese acento que se prende en la garganta de las mujeres que empiezan a dudar si merece la pena seguir siendo fieles a un marido que solo sabe ir al trabajo y al cuarto de baño. Son las ocho de la tarde, Madrid tiene por cielo un hongo de atómica contaminación y el vino que sirven en el sarao literario es ácido como la vida misma. Debe ser cosa de los recortes que perpetran los palurdos neoliberales que predican con el ajuste en cabeza ajena. Los cocktails literarios ya no son lo que eran. La señora del sombrero que quier

Granada: mi niñez con mi memoria

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  Granada: mi niñez con mi memoria (Capítulo primero) Rapaz aún, un septiembre incandescente me bajé a vivir a los dentros del gran aljibe. Días antes había escuchado un pregón mercantil, aguas arriba del paseo de Los Tristes, cerquita ya de la alameda que esconde la fuente del Avellano: ¡Galápagos para el aljibeeeee!, gritaba el gitanillo. Los quelonios en venta se amodorraban en capas estratificadas dentro de un cuévano de mimbre. El pequeño vendedor había ingeniado una especie de vol-au-vent o milhojas. Una capa de galapaguitos y otra de juncos. Otra de tortuguillas de agua y una más de llantén. Tritones y alfábegas. Así hasta el fondo de la cesta. El pregonero humedecía el hojaldre sumergiendo de cuando en cuando el canasto en la fuente del Avellano. Me gustó mucho asistir a un rito bautismal diferente, practicado por mormones, adventistas del séptimo día, pentecostales y otras hierbas cristianas. Esto lo supe más tarde. Era fama que el agua de aquella fuente sanaba,

Soy británico

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 Yo soy británico. No me abraces. Los británicos solamente demostramos afecto a los perros y a los caballos.

Gente de bien

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  En los tiempos del franquismo, en los pueblos de la España profunda, gente de bien era aquella que se movía a sus anchas dentro del triángulo marcado por el cura párroco, el comandante del puesto de la Guardia Civil y el director de Banesto. El párroco te daba el certificado de buena conducta a la primera, la Guardia Civil te facilitaba sin problemas la licencia de caza y el director de Banesto te concedía un crédito por la cara. Llevar zapatos y corbata para ir a trabajar te convertía en una persona respetable. También los criados y jornaleros podían ser gente de bien siempre que al hablar con el superior, fuera patrón o simplemente el señorito, se quitaran la boina y la estrujaran entre las manos mientras recibían la orden consabida. Gente de bien era aquella que al cruzarse en el camino con una pareja de la Guardia Civil con capote, tricornio y el fusil naranjero al hombro, lejos de acongojarse como cualquier mortal, se saludaban mutuamente con un ‘buenos días nos dé Dios’. En la

A. Camus

 “Los años pasan rápido; los días, lento”, decía Cesare Pavese.