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Mostrando entradas de abril, 2013

Mi huerto universal y el fin de la historia

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(el autor en la Plaza de América de Sevilla ) (capítulo cuarto) Avelino el fumista ejecutó mi proyecto al milímetro. Necesitó de todo el invierno y parte de la primavera, pero el día 22 de junio, histórica fecha en que partió mi familia hacia el Sur, en los sótanos donde vivía la gran caldera de carbón que suministraba calefacción al edificio, apilados estaban todos los pedazos de zinc requeridos para montar mi sueño de horticultor de la propiedad horizontal. Si la caldera calentaba en el invierno, la canícula mesetaria fundía plomo derretido sobre los cuatro enanos excéntricos que quedábamos en esta absurda capital de España, elegida como tal por Felipe II contra toda lógica política y conveniencia estratégica de un imperio que entonces estaba conquistando América. ¿Por qué no Lisboa? Puto racionalismo geométrico‑centralista. El plomo incandescente del centro del día se volvía aceite hirviendo por las noches y yo me freía hasta el punto de dormir en el balcón, en un colc

Mi huerto universal

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(foto del autor) (capítulo primero) En el quinto año de la séptima década del pasado siglo determiné pasar el estío en compañía de nadie. Polvo, sudor y hierro, en el jodido secarral de la meseta castellana. Terminaría así unos estudios universitarios que me tenían harto. Harto de tanta anormalidad artificial. Fue mi primer verano sin veraneo. Otro propósito, genuino y no confeso, era el de labrar un huerto en el piso paterno, vacío durante la canícula. El primer designio no requería sino de unas horas de estudio cada madrugada, a menudo sentado en el balcón, por si se levantaba la fresca, que no lo hacía ni con las claritas del día. Desde siempre, las alboradas han sido para mí la parte final de la noche, nunca comienzo del día. Me gusta atar la luna con el sol. El segundo empeño fue planificado meses antes con rigor y disciplina cisterciense. Consistía en convertir mi dormitorio, el contiguo y el medianero cuarto de estudio, en un diminuto huerto. Recogería sus frutos a

Granada: desenlace de mi amor por el aljibe

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(el autor en La Habana) ( capítulo cuarto ) El hambre se me fue con el frío. Azules los labios, azules las uñas. Sueños azules también: me cristianaban tanto por sumergimiento como por efusión e, incluso, por aspersión, y la agüita de la fuente del Avellano me convertía en un luterano panteísta con cabeza de evangelista. Si dejaba de soñar en azul y volvía el hambre roja y el verde frío, movía los brazos de delante hacia detrás tres mil veces y me venía la paz. Había determinado pasar tres días, con sus noches, en el húmedo seno de nuestro viejo aljibe. Al final de la prueba los galápagos y yo no teníamos secretos, salvo los compartidos. Aprendí que comen las larvas de los gusanos de agua y de los zancudos y jejenes. Que duermen más de un cuarenta por ciento de cada ciclo de cuarenta y ocho horas, apoyando el claro envés de su caparazón en el poyete que rodea el rectángulo de la doméstica agua. Hacer el amor no les vi, pero deduje que se acoplan como todo el mundo,

Granada: mi amor por el aljibe

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(el autor en las nubes) ( Capítulo primero) Rapaz aún, un septiembre incandescente me bajé a vivir a los adentros del gran aljibe. Días antes había escuchado un pregón mercantil, aguas arriba del paseo de Los Tristes, cerquita ya de la alameda que esconde la fuente del Avellano: ¡Galápagos para el aljibeeeee!, gritaba el gitanillo. Los quelonios en venta se amodorraban en capas estratificadas dentro de un cuévano de mimbre. El pequeño vendedor había ingeniado una especie de vol-au-vent o milhojas. Una capa de galapaguitos y otra de juncos. Otra de tortuguillas de agua y una más de llantén. Tritones y alfábegas. Así hasta el fondo de la cesta. El pregonero humedecía el hojaldre sumergiendo de cuando en cuando el canasto en la fuente del Avellano. Me gustó mucho asistir a un rito bautismal diferente, practicado por mormones, adventistas del séptimo día, pentecostales y otras hierbas cristianas. Esto lo supe más tarde. Era fama que el agua de aquella fuente sanaba, de pura y