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Mostrando entradas de 2012

Encoger una gran ciudad

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De megalópolis a jungla semiurbana, desde sus días de gloria automovilística, la ciudad de Detroit ha perdido el 63% de su población. El espacio geográfico sigue siendo el mismo: 359 kilómetros cuadrados que corren una suerte desigual. En algunos puntos, la naturaleza reclama lo que es suyo, y reforesta, salvaje, manzanas enteras. Hay en Detroit 800.000 estructuras vacías, la mayoría en estado ruinoso. Los esfuerzos de recuperación, privados y públicos, se concentran en algunas áreas reducidas, que se hacen atractivas para los residentes, afeando aún más los barrios depauperados. No hay un plan maestro. En la historia del urbanismo, mucho se ha escrito de ampliar centros urbanos, pero poco hay sobre el fenómeno del encogimiento de ciudades.

Wakarusa, tal vez no seas el paraíso

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-Supongo que anoche viste mi tatuaje en el culo...

Por su mala cabeza se quedó como un pajarito

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( foto Chloe Aftel) Un oficinista anduvo en malos pasos y se enredó en amoríos nocherniegos con una chica de alterne. Se llamaba Fructuoso y, por mear fuera del tiesto, perdió familia y empleo, además de los ahorrillos que pensaba invertir en comprar, en su Caja de Ahorros favorita, un puñado de esos artefactos mal llamados participaciones preferentes. Una madrugada despertó conturbado y, al tacto, notó que la moza de fortuna no estaba en la cama. Se levantó y leyó en el espejo, escrito con pintalabios y letra infantil de suripanta del pueblo, esta despedida: «Bienvenido al club del sida». El cagatintas no tuvo valor para hacerse los análisis, pero sí para tirarse por la ventana del apartamento. Cayó en flor y se quedó como un pajarito. ¡Por su mala cabeza y por sacar los pies del plato!

Marilyn Monroe en su retrato favorito

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Marilyn Monroe en su retrato favorito realizado por Cecil Beaton en1956 Todo no es dado por el azar y el destino

Las hojas que pasamos en otoño

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(foto tomada por mí) Las secas hojas que pasamos de una luz a la otra acera... Al final, las cosas siguen igual, igual, igual...

Su primer año de muerto

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Cuando él cumplió su primer año de muerto, ella se dio cuenta de que le quería…

Sol interno del otoño

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( fotos tomadas por mí) He entreabierto mi balcón: ¡pásame una Coronita amarilla entre la bruma!

La biblioteca ideal

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La biblioteca ideal de Patti Smith & co. Por:  Virginia Collera   |  30  de  noviembre  de  2012 Los volúmenes de la biblioteca ideal de Patti Smith. La ilustradora  Jane Mount  comenzó a documentar bibliotecas ajenas en 2007. Su propósito, dice, nunca fue inmortalizar cubiertas y lomos, sino retratar a las personas poseedoras de esas bibliotecas a través de sus libros. En 2010 la periodista  Thessaly La Force , que por entonces trabajaba en  The Paris Review , le hizo una entrevista a propósito de una exposición que iba a inaugurar en San Francisco. Fue entonces cuando decidieron aliarse para trabajar en un libro,  My Ideal Bookshelf , que reuniera las bibliotecas ideales de distintos personajes del mundo de la literatura, la gastronomía, el cine, etc. A todos ellos les preguntaron cúales eran sus libros favoritos, y en sus respuestas no sólo encontramos los títulos en cuestión, también qué significan para ellos esas obras en particular y la literatura en general.  

Certeza en la hora confusa

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La hora confusa me levanta una certeza: sí, en la redoma de los peces de colores uno, rojo, ha perdido el alma.      La conciencia intenta hincarme su aguijón con una sobredosis de la ponzoña del vino amargo de la culpa original. ¡Lenta pasa la hora de la anteluz! 

Río de Janeiro bajo la cámara de McCurry

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(foto McCurry) "Pasear atento con la cámara siempre dispuesta" dice McCurry, premio Pulitzer de fotoperiodismo en 1994. En Río de Janeiro se ha adentrado en las favelas del barrio rojo de Lapa. Sonia Braga, según McCurry

Llamas de amor entre espías

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En Londres, ahora hace un año, el auténtico éxito prenavideño lo constituyó la exposición Christine Keeler, My Life in Pictures (en la Mayor Gallery de Cork Street), una muestra de setenta fotografías de la célebre modelo y show girl -llamémosla así- que consiguió poner en la picota en 1963 al Gobierno conservador de Harold Macmillan. Y todo ello al hacerse público que la avispada muchacha se acostaba al mismo tiempo,aunque a distintas horas, con el secretario de Estado para la Guerra del gobierno de Su Graciosa Majestad, Lord John Profumo, con el proxeneta y narcotraficante Johnny Edgecombe y con el agregado naval de la Embajada soviética en Londres, un tal Yevgeni Ivanov. Una bicoca para los chicos del MI-5, el afamado servicio de inteligencia británico. De la importancia como icono pop de la Keeler en el imaginario (masculino) del Reino Unido da buena cuenta el hecho de que muchas fotografías (algunas con tiradas de 50 copias y precios superiores a las 1.700 libras) ostentaban

Veraneos al viejo estilo (capítulo III)

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  ( capítulo tercero ) Las personas mayores jugaban después de comer al dominó, a la sombra de un tejado de brezo, que cubría un jardín redondo en cuyo centro había una fuente con un surtidor y unos peces transparentes que se decía servían para comerse las larvas de los mosquitos. El jardín se llamaba “Corea”, supongo que por aquella lejana guerra o por la forma del techado. No creo que nuestros grillos fueran a la zaga de los coreanos en lo que a estruendo nocturno se refiere . Por la noche los mayores jugaban al póquer y se llegaban a juntar 10 ó 12 grandes coches, Packard, Chrysler, Pontiac o Citroën 15 ligeros. El más pequeño era el Fiat Balilla de don Vicente, capitán retirado de la marina mercante casado con doña Herminia. No tenían hijos y eran parientes pobres de los amos de la dehesa. El Balilla era de dos plazas bajo la capota, más otros dos asientos que se descubrían en la parte posterior, donde hoy los coches llevan el maletero. Me gustaba ir atrás, cara al vien

Granada huele a nada

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(foto actual del estado de abandono de Los Cipreses) A mí me gusta la tierra de labranza tanto si es de pan llevar, como si es de vega. En la Granada de ahora ya no queda vega, pues gente sin escrúpulos ha sustituido los pimientos, habas y berenjenas por edificios altos, malos y muy requetefeos. Me cuesta ir a Granada pues a ella llego melancólico, en ella me vuelvo iracundo, los recuerdos de mis muertos me persiguen y, dos o tres días después, tengo que salir de allí o hinco el pico.  − ¿A qué huele lo sagrado? pregunté al poeta haijin. − Lo sagrado huele a este mundo, me contestó. ¿A qué huele hoy la Vega de Granada?  A nada. Promotores, constructores, Ayuntamientos y otras autoridades han echado a perder aquellas tierras que fueron hermosas ¡Qué bella era aquella finca de mis abuelos! Los Cipreses, bellos y altos, de tanto mirar al cielo...

Veraneos al viejo estilo (capítulo II)

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(fotos Wendy Bevan) Capítulo segundo El monte bajo estaba lleno de caza menor y la sala de trofeos de la Casona colmada de cuernas de venado y colmillos de jabalíes. Caza mayor nunca vi, entiendo que por exterminada. Sí me topé, mil veces mil, con liebres, conejos libres de mixomatosis, tejones, lirones y ginetas. La rapacidad de los zorros obligaba a cuidar muy mucho del estado de las vallas y cercas de los corrales de gallinas, pavos y patos y de las cochiqueras de los cerdos. En las cocheras para las galeras y tartanas colgaban jaulas con hurones presos de angustia, que se empleaban para cazar conejos dentro de sus madrigueras Otros jaulones guardaban presas perdices para cazar al reclamo. Las salamanquesas de las paredes, los lagartos de las peñas y los alacranes que salían a la luz cuando los tractores preparaban los barbechos eran víctimas de mi curiosidad de aprendiz de naturalista, que demandaba escudriñar los ejemplares de bichos que iba metiendo en los tubo

Veraneos al viejo estilo

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( Autor y hermana, del álbum familiar ) ( capítulo primero ) Por disposición paterna mi familia veraneaba un año en Granada y otro en la dehesa de Campoamor, provincia de Alicante. Veranear significaba pasar fuera de Madrid los tres meses del estío, más una propina hasta bien entrado octubre, hora de enjaularse en el colegio. La dehesa era propiedad de unos amigos de mis padres, sin hijos. Dos mil quinientas hectáreas de pino carrasco, lentiscos, algarrobos y almendros, con costa propia, en medio de aquella España pobre y autárquica. Aún no se olfateaba la llegada del turismo ni los villanos atentados contra la ecología y el buen gusto que traería de su mano el estirón económico de manos puercas. ¡Torres de hormigón a orillas del mar! ¡Habráse visto! Fuimos, sin saberlo, la última generación que pasó sus vacaciones al viejo estilo. Nadie nos obligaba a estudiar idiomas o cosas útiles para el futuro. El tiempo, infinito, era todo para nosotros. Aprendimos a no

El olvido de la memoria

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(Fotos y diálogo Manuel Mª Torres Rojas) “¡Quién tuviera, con una buena memoria, un buen olvido!” JRJ. Aforismos. -¿Es usted la dueña de esto?, pregunto. -No. Yo no, contesta la señora. -¿Quién será?, musito. -No sé, caballero. Déjamelo pensar, sonríe la dama.

Adiós del todo

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(foto C. Aftel) ...hay que saber acabar con este equívoco. Nuestros caminos son distintos y es necio que yo esté queriendo enderezar el suyo o torcer el mío. Adiós del todo. (JRJ. Epistolario)

De dos hermanas

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(foto tomada por mí en San Sebastián) De dos hermanas, la otra tiene siempre no sé qué dulce encanto. Juan Ramón Jiménez

No es una belleza concreta

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(foto tomada por al autor) Mujer: ¿a quién culpas hoy de tu llanto tan frecuente? ¿No tienes quién te enseñe a vivir en soledad?

Mis abuelos por parte de madre

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(mi abuelo en 1955) Mi abuelo Enrique era elegante, siempre con chaleco y leontina, sombrero y bastón con puño de plata. Tenía los ojos azules, la tez muy blanca y el pelo rubio claro. Bien parecido, gustaba de tertulias y espectáculos. Dicen que era muy aficionado a las señoras. Una vez me llevó al Aliatar Cinema a ver una película clasificada 3‑R (mayores con reparos) . Fue nuestro secreto. En la taquilla le dijo muy serio a la encargada que su nieto pagaría las entradas. Yo le miraba confuso y él, con la contera de su bastón, tocó mi hombro y me llamó “mal pagaor”. Murió cuando yo tendría doce o trece años. Alguien me habló entonces de parientes ilegítimos. Cosas de pueblo, supongo. Mi abuela Emilia fue toda una belleza de joven. De mayor, diabética insulinodependiente. Presumida, siempre.  Recuerdo al practicante hirviendo la jeringuilla, que tenía el émbolo azul oscuro, mirando al trasluz cómo la gota del fármaco asomaba por la punta de la larga aguja que hab

Domingos de infancia

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(el autor en la Casa de Campo) En los años sesenta pasé muchas tardes de domingo en la Casa de Campo, el pulmón de Madrid. Me oreaba y desentristecía bajo la luz de la capa de cielo velazqueño, frente a la silueta de la sierra madrileña. La Casa de Campo continuaba cerrada al público porque se decía que quedaban sin explosionar bombas de mano y obuses y granadas y otros cohetes de la guerra incivil. Pero los gerifaltes del régimen franquista y sus familias y amigos ¡vaya que si disfrutaban de aquel maravilloso parque de monte y pinadas y encinares! Era emocionante, aunque nunca encontramos espoletas ni detonantes. Las trincheras de un frente de guerra son perfectas para jugar a la paz. Y a juegos de amor. Mis hermanos y yo usufructuábamos la preciosa finca pública, porque éramos amigos de los hijos de un ministro de Franco, compañeros de mis hermanos en el colegio de El Pilar. Venía a buscarnos un inmenso automóvil, un Packard negro del Parque Móvil Mini

A ella

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(foto Polaroid de Chloé Aftel) A ella que, cuando estrechaba mi mano, hacía como que se la llevaba al corazón.

Me gustan todas

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, (foto de Jock Sturges) No me atrevería yo a defender mis licenciosas costumbres ni a luchar con las armas en defensa de mis vicios. Lo admito, si de algo sirve reconocer las faltas: ahora bien, tras reconocerlas, vuelvo insensato a mis pecados. Odio, pero no soy capaz, en mis deseos, de no ser lo que odio ser: ¡ay, qué duro es soportar lo que deseas quitarte de encima! No tengo, en efecto, fuerzas ni normas para regirme a mí mismo: soy arrastrado por rauda corriente, cual popa de navío a la deriva. No es una belleza concreta la que excite mi amor: existen cien razones para que esté yo siempre enamorado. Si una mujer bajó sus ojos ruborosos hacia la tierra, me abraso y ese pudor es para mí una como una emboscada; si otra es provocativa, cautivo quedo porque no es sosa y me da esperanzas de moverse bien en mullido lecho. Si parece huraña y émula de las sabinas puritanas, pienso que quiere, pero que en el fondo está disimulando; si