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Mostrando entradas de agosto, 2011

El alma de mi hermana

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Se me ha muerto mi hermana, la mayor y más querida. Se van quienes amé, aquellas personas que me amaron. Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando; y estaré solo, sin árbol verde, sin pozo blanco…y mi espíritu errará, nostálgico de quienes se van para no volver. ¡Qué lejos! ¡Qué solo! Su alma, el alma de mi hermana, ¡qué lejos y qué cerca de mí! ( Tomo en préstamo cosas de Juan Ramón Jiménez, de memoria, en desorden y mezcladas con otras mías. Las fotos, hechas con mi móvil...  )

Sin pijama y sin recuerdos (capítulo décimo)

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Duermo como un bendito y amanezco en el aeropuerto de Maiquetía. Bajo del avión. Una banda militar ataca con brío el himno “Gloria al Bravo Pueblo”. Terminado que hubo la charanga patriótica, se acerca un general con un montón de estrellas quien me comunica que el emperador Hugo Chávez me ha concedido la ciudadanía venezolana, con derecho a pensión vitalicia. Y no contento con eso, va y me condecora e impone la medalla y banda de la Orden del Mérito al Buen Revolucionario. Y añade que Su Serenidad el emperador Chávez estaría muy honrado en cenar conmigo esa misma noche, precisando que sería una cena privada, sin discursos. ¡Qué gusto! El comandante que dirige mi traslado hasta la suite presidencial del hotel Tamanaco me da buena espina y por eso decido jugar al despiste preguntando: - ¿Cómo van las cosas por España? Efectivamente, el militar es un criollo vernáculo bien entrenado y me responde con un laconismo alejado de la verborrea caribeña: - ¿Se refiere usted a

Sin pijama y sin recuerdos (capítulo noveno)

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( el autor en La Habana, interrogado por una amable policía ) Me despierta una azafata. Sus ojos relucen más que el sol. Hemos llegado a La Habana. Dos funcionarios de inmigración me ahorran los trámites de aduanas y demás vainas. Se ve que ha funcionado el fax del comisario Gumersindo Morales, y de qué manera, porque un coche de servicio oficial me deposita en el Hotel Nacional. Me desazona que ahora se llame Hotel Hilton Nacional, pero prefiero callar como un cartujo. Siguen los obsequiosos detalles de bienvenida y recibo alojamiento en la planta de huéspedes ilustres. En la misma habitación de siempre. En la número 804. Enciendo la tele y mi corazón empieza a fibrilar. Está pronunciando un discurso, retransmitido en directo, el presidente de la República de Cuba, ciudadano Fulgencio Batista junior. Se le saltan las lágrimas cuando recuerda la figura de su egregio abuelo, el sargento Batista ¡Qué angelito! Desde recepción me ruegan que atienda a dos señores de la policí

Sin pijama y sin recuerdos (capítulo octavo)

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( mi carnet de socio del Atleti ) En el aeropuerto compro, con dinero en metálico, un pasaje para La Habana. En el mostrador de embarque una encantadora señorita me pide pasaporte y visado. Como quiera que no hago ademán de buscar en los bolsillos, pues me limito a enseñar el carnet de socio del Atleti que siempre llevo en a mano, la muy zorra hace una llamadita por teléfono y un guardia civil con bigote y tricornio me conduce a la comisaría del aeropuerto. Nadie cree que esté indocumentado. Dicen que mi carnet está caducado.  Me miran feo. Temo perder el vuelo y pido ver al comisario jefe. Diez minutos después entro en un despacho, presidido por la foto de un señor alto y rubiales que se parece al enano de Franco como un huevo a una castaña. El hombre que mira por la ventana se vuelve, me observa con cara de poli bueno y exclama: - ¡Coño, don Manuel! Ahora soy yo el que mira y me viene la segunda iluminación del día: - ¡Coño Gumer! ¡Usted es Gumersindo Morales! Nos dam