Entradas

Mostrando entradas de enero, 2012

Delicatessen

Imagen
(foto del autor) Ayer fui preterido a causa de un hombre más joven, más alto y más rubio que yo. Todo ocurrió en el ritual del aperitivo vespertino, que el día de ayer celebré en la barra del bar que hay instalado en el espacio “Delicatessen” de los grandes almacenes de siempre y que no voy a citar aquí y ahora porque estoy enfadado con ellos. Abrevio el cuento ya que, cuanto antes termine, mejor para ustedes. Me acomodo en la barra y constato que no hay ningún cliente en todo su perímetro. La señorita que atiende el bar advierte mi presencia y alarga el paso hacia mí. Mas, héteme aquí que, cuando voy a pedir una copita de vino blanco con unas piezas de sushi, aparece por el extremo opuesto un chaval más alto, más joven y más rubio que yo, con cara de soplagaitas, eso sí. La señorita olfatea la llegada de mi oponente, se da la vuelta y se pone a atenderle a él, a ese intruso recién llegado. Me aguanto las ganas de reprender a la camarera y al tío ese, que era más largo que

¡Utilízame! (segunda parte)

Imagen
( foto de Tyrone Lebon ) Segunda parte Tus dedos de niña, llenos de rayones de bolígrafo, cuentan y cuentan sílabas para imposibles métricas de encorsetados versos. ¡Quién fuera tu padre, tu hijo, tu escritor, tu poeta, un hombre para tu uso! ¡Tu cepillo eléctrico y dental! ¡Quién te viera desnuda en mi balcón! ¡Quién aportara tus quince segundos finales! ¡Tu erecto botón sagrado! Tus patines, tus rodilleras para el parque, tu profesor brasileño, tu maestro de lo eso que no se aprende en un taller, tu Chueca, tu Malasaña, tu vecino, ese hombre que quiere casarse…Tu bebé, no. Tu hijo, sí. Tu amante, sí. Tu amigo ¡no sé! … ¡no sé! Me dices: -Te llamo esta semana y nos tomamos un café. Escribes para el taller: “plantar un tordo, un verraco”. No entiendo nada. La niña tiene buena mano en la cocina. Abastece mi solitario frigorífico de Adán asilvestrado. Exquisitas verduras asadas, bien colmadas de berenjenas, esa hortaliza morada que me tiene enganchado. Calabacín no, que desp

¡Utilízame!

Imagen
(foto Darren Ankenman) Primera parte Mujer de espinas y miel, que tan dulcemente abrazas… ¿por qué te cuesta tantísimo ser abrazada por los brazos de alguien que sea más que un hombre-amigo? ¿Es acaso la ausencia de amor materno la que te duele? Antiguo rigor de madre seca, que no mece, que no estruja a la hija que marchó de casa, con los ojos de ver mundo, pero sin atesorar años de ternuras suficientes, que tan solo contaba con diecisiete. Más que rigor, la sequedad de la madre es una cadena. Una condena. Tampoco fue bien-amado, en la casa de aquella familia de entonces, aquel hombre-padre que susurraba a la niña: ¡un año más, aguanta un año más! La hermana se sumerge, sobrevive de sí misma, se torna invisible como hermana. Y el padre-hombre murió sin mar, sin escritura propia, sin sueños, sin hija, huérfano de abrazos de tiernos brazos. Al hermano le basta la provincia. La niña tiene ahora, en los tiempos modernos, algunos años más que cuando se asomó al mundo de afuera. P

¿Por qué escribe usted?

Imagen
(foto J H Lartigue) Me lo pregunta una señora en la Casa de América: -¿Por qué escribe usted? Me viene a la cabeza la cabeza la respuesta que dieron a tal cuestión gente muy principal en este oficio egocéntrico donde los haya. Bryce, García Márquez y Onetti contestaron que escriben para que les quieran, para ser queridos. Para que les queramos. Pero no caigo en esa tentación, yo que normalmente caigo en casi todas. Son las ocho de la tarde, Madrid tiene por cielo un hongo de atómica contaminación y el vino que sirven en el sarao literario es ácido como la vida misma. Debe ser cosa de los recortes que perpetran los palurdos neoliberales que predican con el ajuste en cabeza ajena. La señora del sombrero que quiere ser pamela insiste con saña digna de mejor causa: -¿Por qué escribe usted? Pasa cerca un camarero, el camarero, que lleva en ristre una bandeja de cartón en la que viajan unos cuantos canapés muertos. Estoy tentado de responder a la señora

...Y se armó el belén (capítulo séptimo y final)

Imagen
Por añadidura, siendo yo niño de orden y lógica, en la bendita noche de los reales magos de un año de anteantaño tuve una experiencia preternatural. La pared de mi cuarto se iluminó y me invadió una emoción profunda. Era una luz tan hermosa como la de un atardecer de otoño. La luz se convirtió en un bienestar tan absoluto que me desbordó de contento y me hizo comprender los asuntos de la Antigüedad. Al final tomó la forma de una cascada velada por organdí. Me dormí lleno de paz y armonía como si estuviera unido a la naturaleza de las cosas. De todas las cosas. Sumido en tal iluminación, una fuerza interior me dijo que, pasadas las brumas del invierno, debía intentar conocer el mundo subterráneo de nuestro barrio, de manera que consiguiera llegar al colegio sin pisar aceras ni cruzar calles, entonces adoquinadas. Es decir, sin salir del mundo oculto, verdadera cuarta dimensión de lo que está ahí pero no vemos, de igual forma que una sola hoja de árbol puede ocultarnos la luna.