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Mostrando entradas de febrero, 2013

No he conocido una mujer igual a otra

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(fotos del autor) «Todas las mujeres son iguales. Sólo las diferencia su sentido moral» dice Röhmer. En el origen, las mujeres fueron territoriales. Los hombres cazadores o nómadas. Necesito una esfera de libertad cada vez más reducida en lo espacial pero más nítida e inviolable en lo moral. Mantengo algunos principios encerrados en la caja negra de mi memoria. Cuanto mayor soy me siento más radical, y cuanto más radical, más libre. Con palabras de buena crianza ahora voy a poner una enmienda a Röhmer. Un neuro-científico por nombre Damasio, premio de investigación Príncipe de Asturias, demuestra en la revista “Nature” que el sentido, el juicio moral, depende, muy mucho, de las emociones. Las personas que tienen dañado el córtex prefrontal ventromedial tienen alteradas seriamente sus emociones -como la compasión, la vergüenza y la culpa- relacionadas con los valores morales. Y lo que es más curioso: la inteligencia, el razonamiento lógico y el conocimiento de

Me han dicho que usted escribe

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(fotos del autor en La Habana) Asistí hace poco a un sarao literario en la Casa de América. Una señora de buen ver se me acercó y, amablemente, dio origen a este breve diálogo:  —Me han dicho que usted escribe. —Sí, señora. —Y... ¿desde cuándo lo hace usted? —Pues... más o menos desde que aprendí la cuatro letras. Empecé yo solito, juntando las letras de los rótulos de los comercios de la calle que me nació. A escribir me enseñaron los libros que, a hurtadillas, tomaba de la biblioteca de mi padre. —Bien, bien, aprueba la bella dama, y... ¿de qué tratan sus libros? —Señora, mis relatos tratan de lo que está escrito en ellos, es decir, del amor, de las mujeres y de la vida y de mis cosas. La dama sonrió, deslizó en mi mano izquierda un papelito con su número de teléfono y se marchó balanceando sus caderas al ritmo del mar Caribe. De vuelta al hotel, sucumbí a la tópica tentación de preguntarme, ¿qué se necesita para escribir? ¿inspiración o talento?

En la consulta del psicoanalista

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Nueva sesión con el psico-neurólogo ¡Dale, machaca!  ¿Cómo van sus recuerdos? me pregunta el hombre feo y duro de mollera. — Muy bien ¿y usted?-respondo-. Un día un chino se meó en mi alfombra. He tomado manía a este sujeto. No lo aguanto. Está convencido de que una mierda es mejor que nada. Pido que me suba la dosis de orfidal, pues ahora resulta que no consigo dormir. Rechaza mi petición alegando que se acostumbra uno. El muy zote no comprende que mi insomnio actual algo tendrá que ver con la circunstancia de que he dormido, noche y día, no sé cuantos años. Y que las vacas flacas de la vigilia suelen suceder a las vacas gordas del sueño. —Por cierto doctor, quería preguntarle si, a su conocimiento, existen otros casos como el mío. Carraspea un poco. Aclara la voz y me dice que él no ha tratado a ningún paciente de mis características. Pero que, sin embargo, en los manuales de su profesión hay descritos algunos casos parecidos. Aparco para otro día la cuestión

Granada en su Vega Alta y en Los Cipreses

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Memoria de la pérdida de una época Cuando escribo sobre la Casería de Los Cipreses, perdida irremediablemente para mi familia, me debato entre la nostalgia de un precioso pasado y la certidumbre de un futuro en que nada será como antes. La Casería de Los Cipreses ( el autor en Los Cipreses ) El lino se segaba a mano, con hoces. Las gavillas se sumergían en el agua del estanque, previamente llenado con agua de la acequia. Aplastábamos el lino para que no flotara en el agua, con piedras planas y pesadas. El problema venía al cabo de unos días, cuando la fibra empezaba a pudrirse y olía a huevos podridos. Delante de la fachada principal había una plazoleta con dos enormes nogales y tres tinajas grandes, enterradas en el suelo para decantar agua de las acequias; se tapaban con unas losas redondas con argollas para tirar de ellas. Pasados los nogales se entraba en el jardín, con preciosos setos  de boj para separar los parterres. Para entrar o sa