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Mostrando entradas de julio, 2013

Amar en silencio

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(el autor, sin la palabra) ¡Amar sin el verbo, sin la palabra! ¡Amor de dulces y silenciosas heridas! Piel contra piel entre seres mudos. Miradas, suspiros, candores, deseos, ternuras en enjambre, azares sin convocatoria, sin orden del día ni agendas incompatibles para mañana; sin memoria de ayer, sin balance de hoy. ¡Sexo sin cuenta de resultados! ( los versos son de un tal Manuel María Torres Rojas )

A mi padre muerto

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(mi padre) Pocos días antes de su muerte, mi padre recibió la extre­maunción. Terminado el rito sacramental, tuve ocasión de que­darme a solas con él en la habitación de la Clínica Nuestra Se­ñora del Mar, en donde murió. Le pregunté por su impresión al recibir los óleos y me dijo literalmente: “emotivo pero no grato”. Contundente y en buen castellano. Lamento ahora no haber tenido ocasiones para haber charlado tranquilamente con mi padre de lo divino y de lo humano. En los años en que a él le tocó ser padre y a mí ser hijo las distancias eran tales que hacían prácticamente imposible una comunicación franca y menos de tú a tú. También echo de menos que no nos haya dejado escritas sus experiencias, por ejemplo, en tiempos de la guerra civil española. Nunca quiso hablar de ella. Carmen Laforet y Josefina Aldecoa, no mucho antes de morir, publicaron re­membranzas de ciertas etapas de sus vidas, niñez incluida. Tengo sus libros en la cola de espera, así com

El que espera desespera

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(fotos del autor) A los telefonillos portátiles les dicen “móviles” en España, y "celulares", en algunos países del otro lado del mar océano. Cuando llamo a una mujer de las nuevas a menudo ocurre que se acaba su batería a poco de empezar a hablar. Las chicas me dicen: - Te llamo luego, cuando llegue a casa…se va a cortar, no queda batería. Deben dormir en el parque, porque el móvil no suena luego. ¿Cuándo es luego para una bella mujer? Una hora. Pasa una hora de la cita convenida para la cena. Suena mi aparato en el restaurante. Me dice ella: - Ahora no puedo hablar. Voy conduciendo, no tengo manos libres ni apenas cobertura y la batería se está muriendo. Pido otro vino y apunto en mi cuadernito “moleskine”. Sumo los tiempos de mis esperas a ellas, a las distintas ellas. En los últimos tiempos, desde que desperté en la clínica de mi letargo sabático, he invertido en aguardar el advenimiento de La Mujer unas quinientas veinticinco

Terca luz

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(el autor y El País Semanal) Hoy, en plena ola de calor africano, me permito invitarme a mí mismo a Casa de Citas, mayormente para no abusar de mis improbables lectores. Para más INRI, se trata de una poesía de mi cosecha lírica. ¡Ustedes perdonen! De la terca luz su postrer fulgor reúno, cautiva y descompuesta en oros y malvas y esmeraldas vela mi ánima de ambarinos linos. Tal vez fuera piadoso luz se recogiera en un solo haz de domésticas volutas, polvo de libros, y así el niño que queda apenas tuviera otra encomienda que limpiar las celdillas de su memoria. Mas... ¡qué va!... la impía luminiscencia no ceja y derriba el nido de mi cama Quiebra el rayo por el cristal herido y rompe en topacios y opalinas y cárdenas turmalinas que a danzar invitan al hombre antiguo y a la mujer nueva. Bailamos tres, el hombre solo, la mujer que llega y el eterno niño. Peces fusiformes chocan, mecánicos, sus bocas en minerales besos de estéril cort