Cuestión de tamaño




Sin remedio, que no lo tengo.

Me pregunta una lectora:
-¿Por qué no escribes de una vez por todas un libro gordo?
Como tampoco tengo propósito de la enmienda, voy a explicarme ahora.

Mi escritura está en la órbita de la “cortedad en el decir” y obedece a la estética de lo menos. Procuro escribir “a la pata la llana”.

Estas obritas mías evitan ocupar muchas horas de mis lectores, que a buen seguro las necesitan para otros menesteres más gratificadores.

Además, cierto pudor me impide publicar nada más extenso de lo que yo mismo acostumbro a leer. Mis ojos son un poquitín présbitas y mi ánimo de lector también está cansado. Y cada edad tiene su literatura apropiada.

A mis años cuesta menos leer poesía que prosa. Las novelas que merecen la pena, leídas fueron por mí cuando podía hacerlo a la luz de una vela. O con una linterna debajo de las sábanas, para eludir así la vigilancia materna en lo que al cumplimiento de los horarios escolares y familiares se refiere. Al día de la fecha no pienso despestañarme por leer grandes éxitos de ventas, a menudo mal traducidos del idioma sueco o del malgache, por poner un ejemplo. No estoy dispuesto a dejarme enredar por los cantos de sirena de grandes campañas publicitarias y mediáticas. No.

Así lo veo yo: si te gusta escribir y ya eres mayorcito, hazlo breve y lee poco. Si prefieres la ficción, toma algo de tu memoria, aunque no tenga trama ni desenlace. La memoria conserva lo que debe ser archivado y sabe más de ti que tú mismo. Tu caletre no podrá inventar nada mejor que lo realmente vivido por tu cuerpo serrano. Lo complicado, a menudo, es conciliar las ganas de vivir con los deseos de escribir.


Hace unos años me dio por editar algunas de mis cosas, en pequeñas tiradas de autor y no venales. Bien idos sean aquellos tiempos.

Por último, si lo que cuenta es el tamaño, junten mis improbables lectoras una docena de estos relatos, publicados o no, y tendrán un instrumento de buen porte

Comentarios

  1. Sí, desde luego eres totalmente incorregible. Y, no, no es el tamaño lo que cuenta. Al menos por lo que a literatura se refiere. Besos

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