La primavera alargó nuestras ilusiones (cuarta parte y final)


( el autor, doctorado en Derecho )

( decimotercer capítulo  )

Ada ha hecho de todo, siempre bien y sin despeinarse. Bufete profesional, enseñanza universitaria, “banca ética” dedicada a la financiación de energías renovables, microcréditos, apoyo a grupos de riesgo. Otra clase de banca, pues, también en América. Durante dos o tres años dirigió equipos multidisciplinares para estudiar el deterioro de las grandes forestas amazónicas y borneanas. Tiempo después, Ada fue nombrada conservadora jefe de un inmenso parque natural en la isla de La Reunión. Una llamada suya desde aquel paraíso perdido hizo añicos mi precario equilibrio interior. Ya contaré, si puedo, qué me dijo aquel infausto día la sacerdotisa Ada Afrodita.

La diosa sigue en el Olimpo. Nunca ha sido políticamente correcta. Se ha gastado lo que ha ganado en hacer lo que ha querido. Ha sembrado bien y paz. Ayuda sin entregarse. Los hombres dejaron de interesarla, salvo como personas. Tachada de poco práctica, me dijo un día “¡Quiá! nací herida de realidad y en busca de realidad sigo”. Usó palabras de Paul Celan, uno de sus poetas favoritos. Yo advertía en ella un modo exacto de estar en el mundo.

Amor no es voluntad, sino destino
de violenta pasión y fe con ella;
elección nos parece y es estrella
que sólo alumbra el propio desatino.

¿Dónde iré a parar si se apaga luz tan clara? ¿Quién me sacará de los rastrojos? ¿Qué me respondería el conde de Villamediana?

La vanidad es yuyo malo, que envenena toda huerta. Ada se sabe superior pero actúa como si no lo fuera. No es humilde, actitud que se refiere al reconocimiento de la propia inferioridad, sino sensible y compasiva. Casi siempre... A mí la injusticia me da unas veces tristeza y otras rebeldía. Ella simplemente se subleva.

Ada también sabe ser injusta. Alguna bronca me gané sin creer yo merecerla. Era cuestión de sensibilidades, de finos desajustes. Si yo no notaba que algo mío la hería, ella no disculpaba mi torpeza. A veces pienso que me podía considerar un privilegiado, porque a los demás todo perdonaba. A mí no me pasaba ni una. Yo sufría, sin que mermara ni una brizna mi embobamiento por Ada. Las diosas también pueden ser arbitrarias. La arbitrariedad confirma su mando. También pudiera ser que una regañina inmerecida de Ada significara que antes me había perdonado varias de las justificadas. Mas yo me sentía como cachorro que no recuerda por qué su ama le atiza con el periódico en el morro.



( Boticelli )

decimocuarto capítulo )

Becaud, Brassens, de un lado. De otro, Modugno, la Vanoni, la Zanicchi, Milva, Mina. Más abajo Richard Anthony. Marie Laforet, Sylvie Vartan y France Gall eran más de ver que de oír. Igual que la Hardy. Para las tardes lluviosas frente a la chimenea de la casita de Brunete. A Ada le gustaban Dylan y Joan Baez, incluso el plasta de Leonard Cohen. A mí, el rock and roll de Bill Haley y sus cometas. La relación de Antonio Ron con Ada era curiosa. Por un lado, como todos nosotros, estaba loco por sus huesos. Por otro, celoso de mi cuelgue por ella. Son sentimientos ambivalentes, normales entre amigos, aunque no fuéramos ninguno “confusos sexuales”.

El Ron no tenía nunca un duro. Literalmente. Su trabajo en el Instituto Nacional de Previsión daba para mal comer su familia y él. Le vi fumar colillas de cigarrillos ya fumados, que arramblaba de los ceniceros de cualquier casa o bar. Salía a la calle, y yo con él de lazarillo, a buscar una moneda caída en el suelo. Antonio Ron conocía mucho a un ginecólogo progre, el doctor Hernández, quien nos proveía de recetas de píldoras cuando alguno del grupo se ennoviaba. Con extranjeras, claro. Salvo Ada, que fue una de las primeras españolas de clase burguesa usuaria de la primera generación de aquel invento químico que, a no tanto tardar, trajo la revolución sexual a Europa, primero, y después a la España tardofranquista.

En las farmacias del barrio no despachaban ni preservativos. Y encima se permitían regañarte en voz alta, para avergonzar así al lúbrico adolescente que pretendía cumplir con su instinto, que no es tanto el de reproducirse sino el de jugar y gozar con el único deporte que no tiene reglamento. Mi generación ha sufrido no sólo la mutilación de sus derechos políticos y culturales sino la enorme represión del instinto más elemental y divertido. ¿Quién restituirá lo que nos hurtaron? ¡Que me devuelvan el dinero de mi entrada!


Es evidente que Ada no se afilió al clandestino PCE, partido comunista de España, porque el Ron acababa de dejarlo. Detenido en las redadas del año 56, Antonio se fue alejando del partido. El estalinismo no casaba con su natural asilvestrado. En la cárcel de Carabanchel el partido obligaba a distribuir los paquetes de ropa y comida que las familias hacían llegar a los presos políticos. En la navidad del año 57 la “señá” Antonia, abuela del Ron, le mandó a su nieto un jersey de cuello vuelto hecho con sus manos asarmentadas. El Ron se negó a la redistribución de los caramelos y chocolate que lo acompañaban. Así empezó su disidencia ideológica. Tiempo después, Antonio me dijo que no le gustaban los dulces, pero que se los había comprado su abuela “quitándose el pan de su boca” y que el cariño verdadero ni se compra ni se reparte con camaradas.

Ada coqueteó con el partido, pero... ni ellos confiaban en ella ni ella lo tenía claro. El Ron la decidió con su ejemplo. Al final de la carrera, Ada optó por ayudar a los comunistas, pero eso sí, desde su irreductible independencia de criterio.


( el autor, en los tiempos modernos )

decimoquinto capítulo  y final )

Yo participé en la fundación de la revista “Cuadernos para el diálogo”. Me gasté las veinticinco mil pesetas que tenía en una libreta de ahorro abierta en la Agencia Urbana nº 1 del Banco de Santander, en Claudio Coello esquina Goya. Guardo las acciones como recuerdo, pues aquella aventura se fue a pique, justamente una vez que nuestro sistema democrático estuvo implantado. Fue una bella contienda, mientras duró.

Ahora sé que la democracia cristiana es retrógrada. Pero aquel grupo no lo era. Quería un régimen de libertades para España. Y sabíamos que el catolicismo oficial de la Iglesia jerárquica estaba sosteniendo a la ideología reaccionaria dominante. La oposición a Franco tuvo cuatro frentes: los estudiantes universitarios(a partir del año 56), los intelectuales (pocos y mal avenidos), la organización llamada Comisiones Obreras y unos cuantos curas sueltos.

Ada y yo dejamos de vernos y de saber uno del otro durante largos años. Ella se fue a América y otros continentes y yo a mi mundo de ficción. He escogido una vida de transgresiones moderadas, de emociones medidas y necesidades controladas. No siempre lo consigo pero... “estoy en ello”. Nunca dejé de pensar en ella un solo día. Tal y como el “Ciudadano Kane” respecto de una chica que, un día cualquiera, vio fugazmente pasar en un tranvía.

Ahora es tarde para todo porque no queda tiempo para nada. Ni siquiera para seguir con esta historia, que empezó en primavera y me deja un regusto a grosellas y hongos de otoño.

La dulce tarde ha llegado a su fin. La aurora aclara el segundo día de mi otoño. Ninguna primavera, ningún otoño remedian nada. Ada ha vuelto al jardín de los dioses que nunca dejó del todo, pues apenas se mezcló con nosotros, los mortales. Desde que se fue no quedan flores en la tierra. Todas están junto a Ada, que regresó al origen.

Noto que la edad apresura mis gustos y mis disgustos. Me queda menos tiempo de tener paciencia, y las personas, la mayoría, no me procuran materia de esperanza. Me refugio en mi escritura, que busca exactitud y economía. Pocas palabras para pocos lectores. Se precisan pacientes lectores que lean con sosiego.

Con la calma que yo perdí, rota en pedacitos, el día en que Ada me llamó desde la isla de La Reunión. En aquel entonces Ada era conservadora jefe de un enorme parque natural. Llamaba para invitarme a conocer su paraíso perdido y, de camino, para que asistiera a su boda, allí mismito, con mi rival francés.

Entre ruidos e interferencias grité a Ada: «recuerda que nunca es necesario decir que sí». Añadí: «¿y yo»? Ada respondió: «ya eres mayorcito y sabrás arreglártelas».

Ada había inventado un sistema para crear una capa de estructura vegetal encima de la tierra que está debajo del bosque. Se siembra soja que no se recoge y se deja pudrir. El invento ahorra plagas y el petróleo que mueve la maquinaria pesada. Luego la selva crece sin hongos ni otras calamidades, sobre la capa de las matas de soja podridas.

Resulta que mi vida había permanecido en el filo de una navaja biotecnológica. Y que había caído del lado tonto. Comprendí que los malos tiempos no habían hecho más que empezar.

FIN

Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Ton rire était trop frais
Et ton corps trop parfait
Tu aimais tant la vie, tant la vie…
... Tu étais trop jolie pour moi mon amour


Tu étais trop jolie, trop jolie
Mon amour
Tu étais une enfant
Vivant intensément
Moi je n’ai pas compris, pas compris…

… Tu étais trop jolie pour vivre mon amour (Aznavour 1959)

Comentarios

  1. El tiempo pasa y deja huella en el corazón.
    Ningún tiempo pasado se olvida, sea bueno o malo ... la vida sigue y la primavera de cada año nos da nuevas ilusiones en el otoño de nuestras vidas.
    Siempre esperando a renacer de entre sus cenizas... quedan brasas mientras hay vida.

    Un abrazo de luz, desde tierra granadina para ti amigo mío.

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  2. Una lectura la mar de agradable. Bs.

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  3. He venido a leerte, no a mandar.
    Siempre un placer. Un beso, escribidor de buenas letras :)

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  4. Cuándo te enteraste del francés debiste robartela jajaja, bueno el protagonista del relato. Saludos.
    Bien bonito el saborcito que dejas cuando escribes.

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  5. Manuel cada quien ha conocido y compartido algo de bosque vital con Adas y Ados, con los años regresa uno a pasitos como quien teme despertarlos con el ruido de la hoja seca. Me gusta leerte y eso del sosiego y la calma no sé si es verdad en ti o un arrabatado énfasis que le da a tu inconforme corazón. Suenas como un aljibe va y un día te desbordas

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  6. Esta lectora se ha quedado encerrada en un par de líneas que respiran por la herida.
    "Que las personas no procuren materia de esperanza" es una frase muy ceñuda, parece que habla de un futuro angosto y de un descenso de la calidad humana.
    "Que ahora es tarde porque no queda tiempo para nada" es una frase que sólo requiere tomar en serio lo que se ve y al escritor no le falta imaginación para proyectar un horizonte bien planteado.
    Buenas noches Manuel. Un abrazo

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